Monsanto sucks!

martes, 31 de mayo de 2011

Biopiratería y pueblos indígenas: crónica del expolio del conocimiento



Por Nikolás Laserna





La biopiratería es un tema de enorme actualidad. Tratan de mutar su nombre; lo llaman prospección, programas REDD, pero en el fondo nada cambia. Los intereses de las grandes corporaciones siguen siendo preponderantes en un mundo que premia a los poderosos y menoscaba los intereses de los más desfavorecidos.


 
Hablar de propiedad intelectual y de pueblos indígenas es hablar de mundos enfrentados, es pensar en un conflicto que se impone desde las altas esferas de poder y que supone un ataque contra la vida y la cultura de unos pueblos que parecen no contar. La manera en que el llamado mundo desarrollado está teniendo de acometer esta cuestión, lejos de responder a criterios basados en el respeto y la solidaridad, está favoreciendo el poder del capital monopolístico internacional, socavando el derecho de los pueblos indígenas a vivir según sus propias costumbres y facilitando la usurpación de sus conocimientos colectivos por parte de unos poderes económicos exógenos que operan con total impunidad.
 
Hablamos de la Biopiratería, término que define “el empleo de los sistemas de propiedad intelectual para legitimar la propiedad y el control exclusivo de los recursos biológicos y de los productos y procesos biológicos que se han utilizado durante siglos en las culturas no industrializadas” [1].
 
De algún modo, el problema al que hacen frente los pueblos indígenas al reclamar derechos sobre su conocimiento y cultura es muy parecido al que afrontan cuando demandan el reconocimiento del derecho al medio ambiente y su relación, en ambos casos, con el territorio que habitan. Es la insolencia de una legislación impuesta desde el mundo occidental que reivindica para sí la explotación de esa riqueza basándose en una particular concepción de la humanidad y que desde su estadio de poder, ignora y menosprecia a quienes plantean una vida alternativa. América Latina lleva siglos sufriendo la codicia de quienes buscan minerales, petróleo o madera y ahora, ante la nueva “economía del conocimiento”, sufre también la invasión de una industria farmacéutica que anda a la caza de nuevas fuentes de conocimiento, en la búsqueda de desconocidas propiedades naturales que la rica y extensa biodiversidad de la región les pueda proporcionar.
 
Derechos Propiedad Intelectual (DPI): una legislación auspiciada desde la OMC. El conocimiento y su relación con el comercio internacional
 
El 1 de enero de 1995 entró en vigor el tratado que dio vida a la Organización Mundial del Comercio. El acuerdo, dedicado a regular las normas que rigen el comercio internacional, consagra una gran parte de su articulado a la ordenación de un sistema internacional de propiedad intelectual. Son los llamados ADPIC (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio). Este es el impulso definitivo al paradigma de la liberalización comercial como vector hegemónico de las nuevas relaciones internacionales, incluida la distribución y uso del conocimiento mediante los derechos de propiedad intelectual. Un acuerdo que obliga a las partes a modificar sus legislaciones en el sentido de lo pactado. El tratado es, para muchos autores, consecuencia directa de las presiones ejercidas por las multinacionales dedicadas a la industria farmacéutica y de software informático residentes en Estados Unidos, Europa y Japón. Estamos ante los mayores proveedores de tecnología del planeta y a pesar de contar con rigurosos sistemas de protección intelectual en los países industrializados, consideraron la necesidad de extender esta protección al resto de países del mundo. Resulta representativo que para 1995, las patentes en los Estados Unidos representaran ya más del 50% de todas sus exportaciones [2]. Vivimos tiempos en los que el poder del conocimiento vinculado a las mencionadas industrias supone una fuente descomunal de riqueza. Grandes corporaciones transnacionales invierten ingentes cantidades de dinero en investigación científica vinculada a la biotecnología. La genética, la bioquímica, la ciencia de los alimentos, la medicina, la agricultura...configuran un potente conglomerado industrial monopolizado por un escaso número de multinacionales que requerirán de un sistema de protección intelectual acorde a sus necesidades. El acuerdo ADPIC supondrá una respuesta satisfactoria a las demanda de sus promotores, al tiempo que evidencia la total condescendencia de unos gobiernos que no dudarán en imponer legislación y doctrina por todo el mundo. Resumiré a continuación algunos de los cambios que introduce el acuerdo y que afectan de manera directa al tema que tratamos:
 
- Se expresa la obligación de todas las partes a respetar las patentes de todos los países miembros y el derecho a patentar en cualquier país miembro y por cualquiera de sus nacionales. Por vez primera en la historia de la propiedad intelectual se internacionalizan las patentes de manera efectiva. Los más interesados (quienes más patentan) logran el compromiso de las partes para proteger sus patentes en sus respectivos países.
 
- Mayor duración de la patente. El acuerdo estipula 20 años de derechos concedidos al titular de la patente. Esto supone un cambio sustancial en las diversas legislaciones nacionales que no iban tan lejos en dicha concesión.
 
- En relación a la materia patentable: el artículo 27 del acuerdo abre el abanico de posibilidades al imponer una rebaja en la barrera de originalidad. Se favorece así la opción de patentar procesos y se otorgan derechos de propiedad sobre formas de vida, algo que supondrá un cambio fundamental en la mayoría de legislaciones nacionales que no reconocían esta posibilidad hasta la entrada en vigor de los ADPIC. Este es, sin duda alguna, el punto más controvertido del acuerdo al tiempo que resulta un éxito rotundo en las aspiraciones de la industria de la biotecnología. Otorgar derechos de propiedad sobre formas de vida ha suscitado un denso debate de marcado carácter ético que plantea serias dudas al respecto. Este nuevo conflicto alrededor de la industria biotecnológica mantiene como crítica principal que a pesar de que los científicos hayan aprendido a “remover” genes, no están creando un organismo sino más bien modificándolo, afirmando en consecuencia que esta alteración no debería ser motivo de una concesión de patente. La biodiversidad y sus propiedades se ponen de este modo en un mercado de enorme magnitud que no dudará en acudir a la caza y captura de nuevas patentes por todo el mundo.
 
Pueblos Indígenas de América Latina y su relación con los ADPIC
 
La región latinoamericana concentra un alto porcentaje de la biodiversidad del planeta. Son también numerosos los pueblos indígenas que la habitan y que a lo largo de los siglos, han podido generar todo un sistema de conocimiento tradicional y colectivo. Como afirma el autor Fernando Antonio de Carvalho Dantas; “la tierra es para los pueblos indígenas espacio de vida y libertad. El espacio entendido como lugar de realización de la cultura. Las sociedades humanas, en este caso, las sociedades indígenas, construyen sus conocimientos a partir de cosmologías propias, elaboradas colectivamente con base a las experiencias sociales, lo que demuestra visiones de mundo no compatibles con el modelo individualista occidental” [3]. Esta concepción choca rotundamente con un sistema de DPI basado en el comercio que sólo reconoce a los innovadores “formales” como científicos, horticultores y tecnólogos [4] y que se asienta en criterios como la aplicación industrial para la concesión de una patente. Los pueblos indígenas nunca requirieron de un sistema parecido y ahora están obligados a pelear bajo el marco de un sistema jurídico construido a la medida de occidente que además, es absolutamente ajeno a su propia idiosincrasia. Ante este panorama, las multinacionales de la biotecnología no están teniendo ningún problema en piratear unos conocimientos [5] que mediante pequeñas modificaciones son, a la postre, privatizados al amparo de los DPI. El proceso es sencillo: las multinacionales buscan información, libre de costo, de los pueblos que las han acumulado durante siglos. Se trata de una información relativa a los usos de las plantas, sus ubicaciones geográficas, tiempo y forma de cosecha, preparación, fórmulas... que luego serán modificadas para declarar lo novedoso del producto y patentarlo [6].
 
Además de usurpar el conocimiento de estos pueblos, las grandes corporaciones y sus mecanismos institucionales afines están imponiendo una nueva concepción de la vida económica y social basada en la privatización de las ideas y la biodiversidad, que ataca de manera directa la raíz de su cultura.
 
La cuestión de los DPI está en el epicentro de un abanico enorme de conflictos que van desde la biopiratería, hasta el tema de los genéricos, la agricultura industrial o la explotación de los recursos naturales. Las patentes son ya un elemento fundamental de los mercados y se han convertido en uno de los bienes exportables más importantes de las economías desarrolladas. Esto se consagra en el momento en que la propiedad intelectual pasa a formularse desde las instituciones dedicadas al comercio. Legislar es ya una necesidad para quienes negocian con sus innovaciones y, conscientes de que el comercio de hoy se ejerce a nivel global, habrán de exportar sus sistemas de protección al mayor número de naciones posibles. De esta forma, se “obliga” a los países en desarrollo a crear un sistema férreo de patentes, convenciendo al mundo de que es la única manera, para, por ejemplo, proteger sus plantas y usos tradicionales. Los Tratados de Libre Comercio (TLC) que las grandes potencias firman con medio mundo llevan siempre consigo disposiciones referentes a DPI. Son los llamados ADPIC-plus que ahondan en las disposiciones firmadas en los ADPIC y menoscaban, más si cabe, los intereses de los más desfavorecidos.

 
NOTAS:
[1] Shiva, V. (2003). ¿Proteger o expoliar? Los derechos de propiedad intelectual. Barcelona. Intermón Oxfam.
[2] Ídem.
[3] Sánchez Rubio, D., Solórzano Alfaro, N. J., y Lucena Cid, I. V. (2004). Nuevos colonialismos del capital. Propiedad intelectual, biodiversidad y derechos de los pueblos. Barcelona. Icaria.
[4] Shiva, V. (2008). Las nuevas guerras de la globalización; semillas, agua y formas de vida. Madrid. Ed. Popular.
[5] Según un estudio realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo se calcula que el valor de las plantas medicinales del Sur utilizadas por la industria farmacéutica del norte es de 32.000 millones de dólares al año. Otro estudio calcula en 147.000 millones de dólares el valor de los productos farmacéuticos aún no descubiertos elaborados a partir de plantas que se encuentran en los bosques tropicales. Dato obtenido en la web de Tercer Mundo Económico.
[6] Shiva, op. cit.
 
- Nikolas de Laserna, Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL)

Fuente:
http://www.alainet.org/active/46965&lang=es
Ilustración: pintura de Camille Pissarro

Chile: Transformaciones



La nota fue reproducida en www.informesustentable.cl


        Los Pehuenches después de Ralco





Noventa predios de Quepuca-Ralco y Ralco-Lepoy, equivalentes a 638 hectáreas fueron cubiertos por el agua para construir la represa. De las 93 familias afectadas, 70 tuvieron que ser relocalizadas. Varias de ellas se instalaron en El Barco, en los confines de la cordillera de la octava región, donde se ubica este cementerio que nadie quiere inaugurar, donado por Endesa, dueña de la hidroeléctrica, como parte del plan de compensaciones a los afectados por las inundaciones.
María Elvira Calpán, 57 años, una mujer pehuenche, viuda, vestida con falda negra y un colorido pañuelo sobre la cabeza, camina tejiendo un calcetín de lana por la calle principal de El Barco, a unos metros de este cementerio, la mañana de un martes de mayo. Unos pasos más atrás la siguen sus dos nietos, Juanito y Pedrito, de cuatro y cinco años. No se dirigen a ninguna parte. En El Barco no hay lugares donde ir. No hay un almacén, una plaza, alguna oficina de algo. Sólo hay casas, cabras, tierra y algunas araucarias. Y hombres borrachos, a todas las horas del día, que caminan en zig-zag. En Ralco Lepoy, donde vivían antes, estaban mucho más cerca de la posta, del almacén, de la escuela.
Juanito y Pedrito, a esta hora, deberían estar en el jardín infantil, y más tarde ahí mismo debieran almorzar, pero los niños de El Barco no van al jardín infantil.
-Están inscritos, todos los niños están inscritos, pero todavía no empieza. No sé por qué no empieza-, dice María Elvira con una mezcla de molestia y resignación. A unos kilómetros de donde pasea ahora está el jardín infantil. Fue construido hace dos años, tiene salas, chimeneas, columpios y balancines. Sin embargo, también es una instalación fantasma. Ni los juegos en el patio se pueden usar, porque el perímetro está cercado por alambres de púas.
El jardín infantil es otra donación de Endesa a la comunidad como parte de su política de responsabilidad social empresarial. Pagaron la infraestructura, pero no se hacen cargo de los costos de operación. Eso, dice la compañía en un escrito enviado a "Sábado", le corresponde a la Municipalidad de Alto Biobío, según un convenio que habría suscrito con ésta. Sin embargo, en la municipalidad, tienen otra visión. "No estamos en condiciones de que ellos (Endesa) ofrezcan infraestructura y no asuman el gasto de la operación", dice el administrador municipal, Daniel Salamanca. Calcula que les costaría al menos $24 millones anuales, dinero con que no cuentan. Mientras tanto, los preescolares de El Barco no reciben educación alguna. Juanito y Pedrito apenas saben hablar. Matan el tiempo en la calle, acompañando a su abuela a cuidar las cabras, o mirando Discovery Kids. En el Barco no hay líneas telefónicas ni señal de celular, sin embargo, en todas las casas hay empalmes de luz eléctrica y una antena de Direct TV.
Ese fue otro de los beneficios que les dio en compensación Endesa, que, en una labor que normalmente realiza el Estado, instaló líneas eléctricas que llegan hasta la última de las casas. También construyeron el camino ripiado que llega a Ralco, a unos 80 kilómetros, donde se ubican la municipalidad y los servicios. Un camino de curvas y contra curvas peligrosas que sólo puede ser transitado por vehículos con tracción. La movilización para las comunidades pehuenches, que por cierto no tienen vehículos propios, se limita a un bus antiquísimo, que pasa una vez al día, cuando el clima lo permite.
Alto Biobío es hoy la comuna más pobre de Chile, según datos de la encuesta Casen. Los Pehuenches viven casi exclusivamente de la agricultura y ganadería de subsistencia. Según Daniel Salamanca, el desempleo alcanza el 90%, no existen empresas que den trabajo.El principal empleador es la municipalidad con apenas 30 plazas para siete mil habitantes.
El turismo, una de las grandes promesas de desarrollo, basta mirar la oferta, se limita a darle alojamiento barato a obreros que arreglan el camino.
Es la comuna más pobre de Chile pese a que ahí funciona la más grande obra de ingeniería hidráulica del país, que produce el 5% de la energía que entra al Sistema Interconectado Central. La ironía es cruel. Los habitantes de Alto Biobío pagan la tarifa eléctrica residencial más cara de Chile, después de Putre. Según datos de la Comisión Nacional de Energía, si en Santiago se pagan $16.315 por 150 kWh en un mes, los pehuenches, tienen que desembolsar $27.280. Y actualmente, por la escasez de circulante, un 40% tiene la luz cortada, explica Daniel Salamanca. La economía aquí, como si el tiempo se hubiese detenido, está dominada por el trueque.
Es la comuna más pobre de Chile pese a los quince millones y medio de dólares que Endesa ha invertido en la compra de terrenos y casas para la relocalización, y en obras de asistencia a las comunidades pehuenches.


Mentalidad occidental
Cada vez que José Ermenegildo Huenchucán tiene que ir a Ralco, debe vender una de sus cabras para costearse el viaje. Y una vez al año se ve obligado a vender el piño completo, por lo que recibe entre 200 y 300 mil pesos. Sobrevive el año con eso y los treinta mil pesos mensuales que gana trabajándole a otro pehuenche con mejor situación.
-En unos años más voy a quedar en la calle-, dice sentado frente a su mesa de comedor, sobre la cual hay una taza sucia y un tarro viejo de nescafé. -Pero estoy conforme con lo que nos dieron-, agrega resignado. Se refiere a su casa, mejor que la que tenía antes, el terreno, tres veces más grande que el anterior, que le dio Endesa al relocalizarlo. También recibió dinero para comprar animales, un galpón, forraje y un curso de electricista. Nada de eso, sin embargo, ha logrado sacarlo a él y al resto de sus vecinos de la pobreza.
Agustín Correa Naupa fue uno de los jóvenes pehuenches que participaron en el movimiento opositor a la represa. Hoy trabaja en la municipalidad como encargado del programa de fortalecimiento organizacional. Visita a las comunidades relocalizadas frecuentemente. Es un pehuenche educado, cursó la educación media en un liceo Agrícola de Temuco. Ha viajado a Santiago, a Europa. Y su opinión sobre los efectos de la represa en la comunidad no han cambiado desde que se inauguró en 2004.
-La represa dañó la cultura pehuenche, está haciendo que se pierda el idioma, que se rompan los lazos entre las comunidades-, dice sentado en una de las oficinas de la municipalidad, un edificio nuevo, moderno, de madera, redondo, con calefacción, donde aún cuelgan los retratos oficiales de Michelle Bachelet cuando era Presidenta. Según él, el plan de relocalización fue hecho con mentalidad occidental. Antes las casas estaban todas cerca unas de la otras, la gente se apoyaba en sus vecinos en caso de problemas, ahora están separadas por kilómetros de distancia, que tienen que recorrer a pie si es que quieren juntarse con un vecino, si el clima lo permite.
-El pehuenche no es agricultor, cambiarlo de la cordillera hacia una zona plana como El Barco es un cambio muy profundo. Acá la agricultura es de autoconsumo, no comercial, entonces tienen que adecuarse a las tecnologías, a la fertilización de las tierras. Endesa les regaló las semillas, les aró la tierra, se las sembraron, pero sin enseñarles. Los fondos de la represa debieron haber estado más en educación, en generar emprendimiento y estuvo centrado en algo asistencialista hasta el último momento-, dice con la mirada seria, enojada, triste.
Para llegar a la casa de María Elvira Calpán, desde la calle principal de El Barco, hay que caminar más de una hora. Un perro sale ladrando contento a recibirla pero ella toma una varilla y le da azotes. Es bravo, advierte. El perro aúlla y Juanito y Pedrito corren detrás de un chanchito lechón que también huye despavorido. El sitio de María Elvira tiene un pequeño bosque de araucarias, hay una ruma de troncos apilados para el invierno, un pequeño corral para las ovejas. En una carretilla junta agua para su consumo. Reclama que se la cortan constantemente, eso le impide cultivar sus propias hortalizas. También se queja de que apenas hay piñones para recolectar. Está angustiada. Es mayo y aún no junta el dinero para comprar los cuatro quintales de harina que necesita para sobrevivir el invierno. Cuando caiga la nieve, quedará tres o cuatro meses aislada, con la única compañía de un hijo treintañero alcohólico. No verá a Juanito ni a Pedrito que viven con su madre en el camino principal. La casa más cercana está a varios kilómetros. No son los vecinos que tenía antes en Ralco-Lepoy, con quienes contaba en caso de necesidad.
-Son extraños, puros extraños. Antes estábamos mucho mejor- , dice. Sus ojos se llenan de lágrimas y maldice a su marido ya muerto, por haber aceptado la relocalización en ese lugar. María Elvira se limpia las lágrimas y comienza a hilar lana. En la muralla de madera cuelgan una foto de ella con su marido y cuatro diplomas de cursos que hizo gracias a Endesa: Manejo y sanidad agrícola y ganadera, técnicas de cocina básica y repostería, nutrición y plantas medicinales y tejido con lana tradicional mapuche.
-¿Le sirvieron esos cursos?
-Sí, aprendimos a hacer conservas, hicimos bufandas, pero ahora no hay trabajo.
Además del hambre, María Elvira, sufre con el aburrimiento.


El lamento del lonko
Cuando se construyó la represa Ralco, el pueblo pehuenche se dividió, para siempre en dos. Entre los que se opusieron y los que soñaron que llegaría el progreso. El lonko de Quepuca-Ralco, Carmelo Levi, 27 años liderando unas cien familias, fue uno de estos últimos. Y se convirtió en la voz de Endesa frente a su comunidad.
Fue un viaje a Argentina el que lo hizo mirar el proyecto con otros ojos. Al otro lado de la cordillera vio que la gente vivía en muchas mejores condiciones.
-Nosotros estábamos demasiado aislados. Las condiciones de vida no estaban bien. Había un camino malísimo, no había buses-, dice. Por eso, pese a que se ganó muchos enemigos entre sus pares, no se arrepiente de haber apoyado la represa.
Pero hubo una parte de todo esto que no le gustó.
-Cuando estuvo la represa (en construcción) era pura armonía, mucha plata, mucha ayuda-. El hombre sube la voz. -Pero cuando se retiró Endesa, se apagó todo. Cómo decirlo, tener un crecimiento, un bienestar y de repente se termina... como que se lo llevó el viento. La gente pensó que esto iba a ser el principio y nunca iba a terminar-, dice. -Ahora no queda nada, no hay nadie que gane un peso en este lugar.
Mientras se construyó Ralco, Endesa le dio trabajo a 350 pehuenches, dice Renato Fernández, gerente de Comunicaciones de la empresa, que formaban el 10% de la mano de obra. No respondió cuántos trabajan en la represa hoy, sin embargo, Daniel Salamanca, el administrador municipal de Alto Biobío, asegura que ninguno.
Hace seis años que Carmelo Levy está cesante, que no tiene un sueldo fijo. Fue obrero en la represa, hoy se dedica a la artesanía en madera o a trabajar la tierra en un campo que la Conadi le dio a su señora en Santa Bárbara. En Quepuca Ralco, donde tiene su casa, no podría subsistir.
-¿Nunca pensó que era esperable que cuando se terminara la obra se acabaría el trabajo?
-Yo siempre pensé, yo tenía más inteligencia y dije: "Algún día se va a terminar esto, hay que guardar". Pero se terminó. Nosotros vivimos en un sector que es muy poco agrícola, Endesa nos puso todo, pero faltó el esfuerzo nuestro ahí. Yo hablo las cosas como son-, dice sin querer ahondar más en el tema.
Más que la falta de oportunidades, lo que más le duele al Lonko es la división social que se generó entre las comunidades.
-Nunca llegamos a un acuerdo, la unión que teníamos antes, la armonía, se perdió. Por eso quiero ser bien claro, es muy lindo, hay muchos beneficios cuando llega una represa, pero después queda la pelea, la división, porque no todos están de acuerdo.


Carmelo Levy se emociona.
-De tanta comunicación que yo tenía con la gente de Endesa, todos los días me juntaba con ellos, ahora hace más de 6 años que yo no sé de ellos. Siempre me dijeron que iban a estar al lado mío. Nunca te vamos a dejar solo, usted ha sido una buena persona, nos ha ayudado a nosotros, siempre vamos a estar al lado suyo. Me decían: "Carmelo, siempre te vamos a seguir viendo". Terminaron el trabajo y se olvidaron. Son unos mentirosos los de Endesa, dejan a la gente botada. Si van a hacer la misma cuestión allá en Aysén, que tenga cuidado la gente. Es bueno, hay beneficios, pero después Endesa se olvida de nosotros. Así lo hicieron en Ralco-, dice con los ojos llorosos.
-¿Qué esperaba usted de ellos?
-El contacto humano y que dieran trabajo, es un tremendo platal que sale con eso, cuánta plata, millones de dólares que está produciendo y una persona como uno después de haber hablado tanto a favor de ellos, ni siquiera nos miran. Ni se despidieron.
"Desde el primer minuto que adquirimos el compromiso de trabajar con esta comunidad hemos estado presentes. La Fundación Pehuén, que fue creada para mejorar la calidad de vida de las comunidades afectadas, cuenta con un directorio de 13 miembros de los cuales 6 son pehuenches", dice Renato Fernández gerente de comunicaciones de Endesa y presidente de la Fundación Pehuén. Y agrega, que uno de esos directores fue elegido por la comunidad de Quepuca Ralco con la cual han desarrollado 8 iniciativas para mejorar su calidad de vida.


Royalty a la energía
La Municipalidad de Alto Biobío no está conforme con el dinero que Endesa deja en la comuna. Reclaman que la central Ralco no tributa en esa comuna, sino que en Quilaco, donde se ubica su sala de máquinas y que el ingreso municipal que deja sólo alcanza a $1.218.862 anuales.
Más abajo está la central Pangue, construida con anterioridad y que sí tributa en Alto Biobío y por la cual Endesa paga $128.482.000 anuales.
Decidido a aumentar este monto, el alcalde Félix Vita está trabajando junto a un grupo de 10 diputados liderados por el radical José Pérez Arriagada en un proyecto de acuerdo, que realiza una reforma constitucional para cobrarle un royalty a Endesa por la generación eléctrica en la zona.
En el punto cuatro del documento, firmado en octubre del año pasado, se lee: "Al cumplirse 6 años desde la instalación de la central se ha comprobado que las externalidades negativas asociadas a estos proyectos eléctricos han sido mayores que los beneficios para la comuna de Alto Biobío. El crecimiento económico y social no se ha notado. Por el contrario, el daño ambiental y la cesantía parecen ser los mayores aportes".
Endesa declinó comentar a "Sábado" esta iniciativa, que dijo desconocer. Sin embargo, a propósito de la pobreza que asola la comuna, Renato Fernández declaró:
"Endesa Chile está implementando desde el año 2000 un plan de apoyo a la comunidad y está presente en la zona desde 1992 con Fundación Pehuén. Ésta trabaja con 700 familias de las comunidades de Callaqui, Pitril, Quepuca Ralco, Ralco Lepoy, El Barco y Ayín Mapu. Desde 1992 a la fecha, la entidad ha promovido programas para mejorar las condiciones socioeconómicas de las comunidades pehuenches socias de la institución, en materia de salud, educación, vivienda, desarrollo productivo y nivel de ingreso económico; desarrollando la capacitación de las personas, e impulsando programas que fortalecen los aspectos culturales propios de la comunidad pehuenche".

Por Sabine Drysdale,
desde Alto BioBío.
www.remadigital.cl

domingo, 29 de mayo de 2011

Perspectivas Ecosociales: Stéphanne Hessel y el #15M


Entrevista aparecida en el diario El País

"La indignación debe ir seguida de compromiso"


Con 93 años, este diplomático francés, escritor y activista del progreso, ha inspirado a los jóvenes europeos, y con mucha fuerza a los españoles, bajo el lema de su libro: '¡Indignaos!'.
Sobre la mesa de su salón parisiense, Stéphane Hessel guarda un ejemplar de EL PAÍS en el que aparece una foto con jóvenes españoles indignados. Pertenece a los primeros días de la convocatoria de una ola de manifestaciones bajo el título de su libro, que va camino de vender 400.000 ejemplares en España y que ha alcanzado los dos millones en Francia.

Miles de personas manifestándose en España al grito de "¡Indignaos!". Estará satisfecho. Su mensaje ha calado. Ya lo he visto. Me alegro. Cuando empezamos con la idea de este pequeño libro teníamos a Francia en la cabeza. Ocurrió que en pocas semanas se produjeron varios acontecimientos. La popularidad de Sarkozy se fue hundiendo, lo mismo ocurrió en Italia con Berlusconi, e incluso en España con Zapatero, y en Portugal con Sócrates. Antes de que se produjeran las revueltas del norte de África, la idea de que los Gobiernos de varias partes del mundo rozaban comportamientos que provocaban la indignación de la gente era algo que raramente habíamos visto.Este chaval de 93 años apareció en el momento justo, con la palabra justa. Su único mérito ha sido recapitular. Colocar en alza valores que hoy están amenazados y que han costado años y décadas de lucha y sacrificio. Libertad, igualdad, justicia, legalidad, compromiso, derechos humanos. Palabras labradas a base de sangre y fuego, en su caso no con demagogia barata. Porque Hessel tiene sus razones para indignarse cuando vislumbra la amenaza de verlas desaparecer. No es un charlatán, ni un panfletario, aunque reivindique el género en el que Marx y Engels redactaron elManifiesto comunista -él no comulga con ello- o Zola lanzara su Yo acuso sobre el caso Dreyfus.

Nacido en Berlín en 1917, se convirtió en francés después de que sus padres huyeran de la amenaza nazi y se instalaran en París. Se enroló en la Resistencia, fue condenado a muerte y torturado por la Gestapo, pasó temporadas en varios campos de concentración y fue testigo de excepción en la histórica redacción de la Declaración de Derechos Humanos. Una vida y una altura moral más que suficientes para sacudir conciencias a nivel global. Un héroe civil, un agitador pacífico y con las ideas claras.

Y le dio por escribir este discurso y convertirlo en libro. No es un trabajo literario, en absoluto. Queríamos lanzar algo corto y estimulante. Puede que hasta tenga faltas de sintaxis. La editora se sentó justo donde está usted ahora, yo empecé a hablar, lo redactó, me lo dio, lo corregimos y lo lanzamos.

Como una entrevista. Una pena para mí, podía haberme tocado, ya que estamos. Exactamente, así ocurrió. Lo digo porque surgió de manera natural, como una conversación. Y una vez en la calle corrió como la pólvora.

Es que hay mucha gente esperando un discurso que aglutine ciertos sentimientos. La palabra justa, la expresión que todos tienen en la cabeza. Esa indignación. Lo he podido comprobar, efectivamente. Pero el libro está basado en dos textos: el programa de la Resistencia, no muy bueno, pero escrito en el momento y en el lugar justos; cuando los franceses se sentían acorralados por un enemigo como los nazis. El otro es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
De la que usted fue testigo de excepción. Estuve allí cuando se redactó. Yo era demasiado joven para formar parte de ese grupo de 12 sabios, pero fui asistente. Les ayudé a organizar las reuniones, a redactar las actas. Los que estaban allí eran figuras de primer nivel en la esfera de la política y el derecho como la viuda del presidente Roosevelt, Eleanor. Se encontraban en Nueva York y en Ginebra y yo me encargaba de prepararles los papeles y asegurarme de que hacían el trabajo.

¿Vigilándoles? Como secretario. Yo era un joven diplomático, carecía de autoridad, pero me sobraba curiosidad. Tenía motivaciones muy profundas para que el trabajo saliera de la mejor manera. El hecho de haber acabado la guerra en tres campos de concentración era suficiente impulso para mí.

Estuvo usted en Buchenwald. Allí conocí a Jorge Semprún. Un gran amigo; guardo una anécdota de él importante. Cuando llegó al campo y le preguntaron a qué se dedicaba respondió: estudiante. "Si pongo eso", dijo el que tomaba el registro, "le matarán inmediatamente, voy a dejar las primeras letras y lo voy a transformar en estucador. Así, por lo menos, le asignarán trabajos manuales". Era lo único que buscaban. Pero volvamos a ¡Indignaos!

Me gustaría que contara el significado que para usted lleva ese término. Es una palabra que utiliza con un sentido positivo. Apela a aquellos que la sienten para contagiársela a quienes no la llevan dentro. Contiene su lado positivo, pero también sus partes oscuras.

Y si es así, ¿cómo cree que se puede contagiar su parte de luz? Le confieso que el título fue propuesto por la editora, Sylvie Crossman. Pero lo acepté inmediatamente.

¿Con su llamada imperativa? Sí, señor, y con su signo de exclamación. Es fuerte. Mucho más de lo que yo hubiera propuesto, porque no me considero un revolucionario, soy diplomático que cree en la no violencia. Busco poner a la gente de acuerdo, más que enfrentarla.

Eso es bastante radical para los tiempos que corren. Estamos rodeados de políticos que nos llevan a la guerra. ¿El diálogo es hoy revolucionario? Puede ser. Pero si nos atenemos a los significados, le diré que lo que más me convence de la palabra es que contiene otro término fundamental: dignidad. Por eso lo acepté. Cuando la dignidad se pone en cuestión es necesario reaccionar. La indignación viene del pisoteo de la dignidad que cada ser humano lleva consigo. Por eso siempre me remito a la Declaración de Derechos Humanos. En su artículo primero ya dice: Todos los seres humanos somos iguales en dignidad y en derechos.

Y ahora viene a apelar al compromiso. El nuevo libro se titula precisamenteComprometeos. Es el paso moral siguiente a la indignación. Nadie puede molestarse por que el prójimo se comprometa con algo. Puede molestarse si se rebela, si se remonta impulsivamente, eso es hacer el caldo a otros como Marine Le Pen [líder de la ultraderecha en Francia]. Lo que ella proclama es eso, pero yo apoyo la indignación en el sentido contrario. La que me sacude cuando los derechos básicos son atacados, perseguidos. Enfadarse y ya, para mí no tiene sentido. La ira no conduce a ninguna parte, debe ir seguida de compromiso.

Difícil. No propongo a la gente que se enfade sin más, sino que se pregunte cuáles son las razones que ponen en peligro esos valores fundamentales que hemos heredado y que ahora tiemblan. No es fácil, no.

Sobre todo, aclararnos en toda esta confusión. Un caldo de cultivo para diferentes indignaciones, para diferentes intereses. Al leer el libro quedan claros los valores, los peligros y los retos.

Son tres o cuatro. Empezando por los de la Revolución Francesa. Por algunos de ellos. Otros, insisto, la Declaración Universal de Derechos Humanos.

¿Los ve en la picota? Bastante, pero no olvidemos que en el tiempo en que fue redactada aquella declaración, el mundo todavía estaba amenazado por algunos totalitarismos. El fascismo había sido derrotado. Pero el comunismo pervivía. Luego se ha ido imponiendo otra ideología perversa basada en el mercado y nada más que en el mercado. Hoy, usted y yo, sufrimos sus consecuencias, las de un grupo privilegiado que busca sus beneficios a nuestras expensas. ¿Qué proponer como alternativa? La democracia real.

Bonita palabra. Confiar en depositar cada vez más poder en la gente común para que sus necesidades sean la prioridad a resolver por los Gobiernos, el primer deber. Los Gobiernos deben asegurar libertad, hermandad, igualdad y justicia social.

Y progreso. Otro concepto en crisis. Lo confundimos con progreso técnico, científico, pero no con bienestar. Absolutamente. Es algo muy sencillo, progresar significa tender a la mejoría. La palabra mejor es importante. ¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Es mejor ganar dinero a cualquier precio o preservar la decencia y el honor? ¿Es mejor entrar en la espiral de un progreso científico a toda costa o guardarnos de descubrimientos que superen la dignidad del ser humano? Progreso no significa acelerarse, sino ser consciente de cuáles son los valores que ayudan a crear un mundo mejor y cuáles no. La democracia es exigente en sí. Demanda más a los políticos y logra tejer un sistema del que es difícil salir bien parado si actúas mal.

Volvamos a los claroscuros de la palabra indignación. Hubo un tiempo en que aquel sentimiento le llevó a un camino violento. ¿Qué sentía dentro, en sus tripas? No soy un tipo violento. Puedo entender qué lleva a la gente a la violencia. Pero a mí no me convence. Mi primera indignación tenía un nombre: los nazis. El fascismo de Franco y Mussolini, incluso Stalin, de quien ya tuvimos noticias de sus purgas en 1935. El totalitarismo. Además, teníamos el ejemplo de los republicanos españoles como contraposición a los comunistas más cerrados. Yo siempre me consideré demócrata, y cuando este sistema estaba en peligro me indignaba. Pero incluso dudé. Los estragos de la I Guerra Mundial nos hacían pensar a muchos que había que agotar todas las vías antes de entrar en otro conflicto. Negociar y dar la palabra a la gente de los diferentes países. Solo cuando vi claro que esta gente lo único que quería hacer era conquistar Europa con métodos violentos me convencí de que había que enfrentarse a ellos por las armas.

Pero esa indignación, físicamente, ¿era equiparable a la que siente ahora? No, entonces era joven y con ganas de luchar. Cuando llegó la hora, cuando vi que era necesario levantarme y enfrentarme a ellos, me invadió un deseo de lucha. Me enrolé en el ejército sin dudarlo. Y cuando se firmó el armisticio con los alemanes me volví a indignar. Sentí que era una deshonra y una deslealtad con los británicos. Me opuse; era inaceptable. ¿Qué podía hacer? ¿Luchar en Francia? ¿Unirme fuera a De Gaulle? Eso es lo que hice.

Y tuvo una relación intensa con él, han contado algunos. No. Yo era muy joven y un oficial de bajo rango. Pero tuve el privilegio al llegar a Londres de cenar con él en la intimidad. Me convocó. Quería saber qué pensaba de él un joven estudiante de la Escuela Normal Superior, muy prestigiosa entonces en Francia. Deseaba conocer lo que opinábamos de él los estudiantes de ese nivel.

Por lo menos, y gracias a la fortuna, también De Gaulle se indignó. Cosa que no ocurría entre una enorme parte de los franceses. Aquello fue tan extraño en un país que había levantado las banderas de la democracia en todo el mundo... ¿Qué ocurrió? Francia había sido tremendamente golpeada. Lo que había ocurrido entre mayo y junio de 1940 es algo muy raro en la historia. No solo fue una victoria militar. Fue una enorme derrota, humillante, en la que la gente tuvo que huir de sus casas hacia lugares insospechados. A muchos, el armisticio les supuso un respiro. La paz era tentadora para mucha gente, pero aquello no era paz.

¿Era una humillación? Además, había otros factores. La amenaza de los soviéticos aterrorizaba a la burguesía, mientras que los fascismos no tanto, creían que no atentaban tanto a su modo de vida. Además, los nazis garantizaban el freno a los comunistas más que nadie.

Luego, en su caso particular vino otra nueva indignación. ¡La Gestapo!

Ahí sufrió en sus propias carnes el peligro. ¿Cómo fue su detención? En el momento en que me arrestaron estaba seguro de que no sobreviviría. Me detuvieron bajo cargos de delitos criminales graves. Sabían que había llegado de Londres para reforzar la Resistencia.

Incluso, que usted era judío. Eso no lo sabían. Me conocían poco. Si se hubiesen enterado de que mi padre era un judío emigrado de Berlín, me habrían tratado de otra forma. Pero lo hicieron como a un espía de nivel. Y, ¿qué haces con un espía? Obviamente, sacarle información.

¿Bajo torturas? Efectivamente. En la bañera, ahogándome. Pero no consiguieron que delatara a nadie, y eso fue una satisfacción para mí. Después me condenaron a muerte. Afortunadamente, la justicia era lenta y me internaron en Buchenwald y la orden de ahorcarme llegó muy tarde. Ya entonces pude cambiar mi identidad con alguien que había fallecido sin que se dieran cuenta. Era una persona que no estaba condenada a muerte. Así me libré.

Me imagino que en aquellos días la indignación se había convertido en terror. No exactamente. Se transformó en algo que solo un joven patriota puede sentir. Ese convencimiento henchido en el que crees que has cumplido con tu deber y te has sacrificado por tu país.

¡Un héroe! [Risas] Le cuento algo Cuando me detuvieron cogí un trozo de papel y escribí un soneto de Shakespeare que sabía de memoria: "No longer morn for me when I am dead...". Como diciendo, si me fusilan mañana, que mi esposa sepa que no quiero luto, sino que sea feliz. Ridículo, esto siempre resulta ridículo.

Es una manera noble de enfrentarse a la muerte. La vida está llena de ironías.

Si le hubieran dicho entonces que cumpliría 93 años... ¡Y tanto! Mi siguiente indignación llegó en los campos de concentración. Yo sabía que la guerra era violenta. Pero lo que nunca pude sospechar es el grado de brutalidad al que podíamos llegar los seres humanos.

Pasó de sentirse un héroe a otro estado: el de víctima. No solo una víctima individual, sino parte de una colectividad. Porque yo, personalmente, tuve suerte. Me salvé entre un grupo de 36 condenados a muerte. Yo y dos personas más. Me enviaron a otro campo y me escapé. Cuando lo logré me volvieron a capturar y me internaron en Dora. Allí se debatían entre colgarme o darme 25 latigazos. Pero me libré de ambas cosas porque le dije al oficial que me interrogaba: Estoy seguro de que usted, que es valiente, como yo, habría intentado escapar. Lo hice, pero fallé, con lo que no les puedo causar daño. Todo eso se lo expliqué en alemán, que es mi idioma materno. Si no hubiese hablado su lengua, seguramente nadie me habría librado del castigo.

En su vida han existido también momentos de alegría. Como el de la Declaración de Derechos. Poner de acuerdo en una posición común a países tan distintos como Francia, EE UU, la URSS o Arabia Saudí sería un esfuerzo titánico. ¿Costó? Lo atestigüé de primera mano. Si no se hubiera conseguido en 1948, las tensiones posteriores lo habrían hecho imposible después. En ese momento histórico, los soviéticos se abstuvieron, Arabia, también, y así permitieron su aprobación. Fue el momento. Un texto ambicioso para la historia de la humanidad.

Supongo que en aquellos momentos su indignación dio paso a la esperanza. Pues sí. Ese momento fue de auténtica, de verdadera y gran esperanza en el entendimiento de las naciones tras la guerra. Estábamos convencidos de que aquel texto encarrilaría a buena parte del mundo en el camino de la libertad y la justicia. Pero aquello duró poco, porque después llegó otro sentimiento: la ansiedad que producía el peligro de una tercera guerra, que no sería como las otras, sino que traería consigo la catástrofe nuclear. El mundo había conocido dos horrores: el Holocausto e Hiroshima, y eso nos producía un enorme temor. Era un mundo complicado e inseguro. Sentíamos que si la ONU no conseguía éxitos en sus programas de desarrollo y respeto a los derechos humanos, todo se iría derrumbando.

¿Le queda algo del optimismo de entonces? Todavía creo que existen pequeños y lentos pasos adelante y que continuarán, con retrocesos y avances. La última década del siglo XX fue muy prometedora. Después de la caída del Muro estábamos convencidos de habernos adentrado en una nueva era. En 2000 se llegó a un acuerdo bajo la presidencia de Kofi Annan de los objetivos del milenio. Pero cayeron las Torres Gemelas... Y empezamos el siglo XXI muy mal.

Con la amenaza terrorista, pero también con la ruptura de las reglas internacionales por parte de Bush, Blair y Aznar. ¿Qué supuso aquello para el orden mundial? Aquello es parte de mi indignación presente. El hecho de que los ciudadanos sean conscientes de que estábamos dando grandes pasos adelante y esos líderes los frenaran en seco y nos colocaran en la dirección equivocada.

¿No fue aquello una especie de paripé de cruzados por la democracia que en realidad representaban una especie de fascismo travestido? Desde luego. Una de las reglas básicas a respetar en ese nuevo orden mundial que empezaba a configurarse a finales del siglo XX era el derecho internacional. Romperlo era adentrarse en lo peor.

Contra gobernantes de ignorancia supina, ¿qué se puede hacer? ¡Indignarse! Necesitamos otros gobernantes, y también, compromiso de la sociedad para aupar a los más decentes. No podemos caer en esa desazón de la juventud, ni en pensar que todos los políticos son iguales, porque no es cierto. La rabia y la indiferencia no nos llevan a ninguna parte.

En su vida ha existido otra indignación persistente: Palestina. De nuevo, la ruptura de las reglas internacionales, la brutalidad impuesta, la situación en Gaza y Cisjordania aúnan todo lo que más he detestado en mi vida. Parecida a la que sentí en los campos de concentración. Siento un gran aprecio por el Estado de Israel, pero cuando su Gobierno se comporta de una manera similar a los peores Gobiernos que yo he tenido que soportar en mi vida, no puedo admitirlo y me rebelo y denuncio esos abusos cometidos por ellos con el permiso de Estados Unidos, la Unión Europea y algunas empresas involucradas en la situación. Es lo mismo que siento respecto a la incapacidad para ponerse de acuerdo sobre el cambio climático. Espero que ahora Obama, tras haber acabado con Bin Laden y ganado popularidad, pueda avanzar en ciertas cosas.

Por cierto, ¿qué opina de ese episodio? Bueno, yo me alegro de que se haya acabado con él. Era un asesino capaz de cosas espantosas. Sobre todo, de haberle dado al islam una imagen siniestra en el mundo. Y no es así. La gente de los países árabes se ha encargado en pocos meses de hacernos saber que aspiran al sentido común con sus revueltas. Pero, volviendo a Bin Laden, hubiera sido deseable otro método: la detención, un juicio.

¿Dónde queda Europa con esas amenazas de políticas antiinmigración? Justo ese es el objetivo de mi libro. Concienciar a la gente para afrontar los nuevos retos con valores dignos. No son nuestras ínfimas naciones las que están en peligro, es nuestro mundo, cada vez más amenazado por corrientes como los neocons o quienes no se mentalizan en el trato al medio ambiente. La fe en el compromiso es clave. No estamos condenados al fracaso, pero para evitarlo hay que dar un paso adelante.



AUTORIDAD MORAL

Toda una vida de lucha por el progreso, de resistencia frente a los totalitarismos, de autoridad moral, y este francés nacido en Alemania en 1917 se ha ganado el éxito y el aplauso mundial con un pequeño libro panfleto, '¡Indignaos!' (Editorial Destino, con prólogo en español de José Luis Sampedro), que ha sacudido el descontento en los países desarrollados frente a un sistema económico-político lleno de goteras.

Este judío, muy crítico con la política de Israel hacia Palestina, participó en la resistencia francesa contra los nazis, estuvo preso en varios campos de concentración y participó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.



Ilustración: "Conversación", de Camille Pissarro

Fuente: http://bit.ly/lpWB4D







sábado, 28 de mayo de 2011

Gauguin, El Eterno Salvaje

"...Aquí, en mi choza, en completo silencio, sueño en violentas armonías, entre los olores naturales que me embriagan. Un deleite destinado de algún horror indescriptiblemente sagrado que percibo emanando de las cosas"
De una carta de Paul Gauguin

Nuevas Marchas en Chile Contra Hidroaysén

¡La Patagonia no!

Punto Final


Las más grandes manifestaciones públicas de los últimos veinte años en Chile se han registrado en este mes de mayo. Sus demandas cuestionan la esencia del modelo económico, social y cultural implantado a sangre y fuego por la dictadura militar y conservado por la Concertación y la derecha. Decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, en Santiago y las principales ciudades del país han impugnado tanto la privatización de la educación como la entrega de la Patagonia a un consorcio multinacional de la energía eléctrica. Las movilizaciones comenzaron el 13 de mayo y tuvieron un punto culminante el 20 en Santiago, y el 21 en Valparaíso, cuando el presidente de la República leía su Mensaje anual al Congreso. Las movilizaciones estudiantiles y ciudadanas continuarán.

Por motivos diversos, estas expresiones populares han resultado sorprendentes. En el caso de HidroAysén, por la velocidad entre la convocatoria y la masiva respuesta alcanzada gracias al impacto que ese tema produce en una opinión pública previamente sensibilizada por la defensa del medioambiente. No ha habido en estas manifestaciones una organización vertical, ni jerarquías, ni grupos políticos hegemónicos. Las redes sociales han demostrado una vez más su capacidad de convocatoria en amplios sectores que hoy tienen acceso a esos canales de comunicación. Se trata en su mayoría de jóvenes de sectores medios y altos que, no obstante contar con la protección de los ingresos familiares, experimentan la enorme frustración que produce un modelo económico y social que los condena a graduarse de “cesantes ilustrados” y a cargar con un pesado endeudamiento por su educación. Encuestas efectuadas pocos días después de la primera protesta, muestran que la oposición a HidroAysén es de entre un 70 y 75%. La Iglesia, a través del comité permanente de la Conferencia Episcopal, calificó de “inaceptable” toda decisión en materia energética que se guíe sólo por intereses económicos. Más áspero fue el juicio del New York Times que llamó al gobierno de Chile a proteger la Patagonia y a rechazar el proyecto HidroAysén por los enormes costos que significará al país y al equilibrio medioambiental. Quizás ese periódico no diría lo mismo si Chile optara por las centrales nucleares que ofrecen construir las transnacionales norteamericanas. Pero el hecho es que el gobierno chileno se ve sometido, por su torpeza, a duras críticas de sectores internos y también extranjeros que deberían ser sus más fieles aliados. Vale la pena consignar que tanto HidroAysén como las organizaciones ecologistas internacionales que rechazan el proyecto, han destinado cuantiosos fondos a financiar la publicidad y la movilización de esta batalla medioambientalista que tiene a Chile como escenario.

A la cabeza de las manifestaciones estudiantiles, entre tanto, está la confederación que agrupa a los estudiantes universitarios. La capacidad de convocatoria de la Confech es también insólita, dadas las elevadas cifras de abstención que registran las elecciones estudiantiles. A diferencia de la protesta contra HidroAysén, en este caso se levanta una crítica de fondo al sistema institucional y al modelo económico, social y cultural originado en el régimen dictatorial. Unas y otras protestas, sin embargo, han ido más allá de lo puntual. Se cuestiona al gobierno por su responsabilidad en la aprobación de los proyectos energéticos que favorecen a grandes empresas transnacionales, y por su hipocresía al recurrir a una “institucionalidad ambiental” que oculta la actuación del presidente de la Republica, que nombra directa o indirectamente a casi todos los integrantes de las instancias decisorias. La protesta estudiantil, a su vez, es muy directa, al acusar al modelo que ha convertido la educación en fuente de lucro de consorcios nacionales y extranjeros, y hasta de partidos políticos, incluyendo algunos de la sedicente “izquierda” que adhiere al sistema.

Lo que está pasando en Chile -con características propias de nuestra realidad- se inscribe en un fenómeno universal de cuestionamiento del capitalismo neoliberal. Y este rasgo común tiene gran importancia, porque señala la necesidad de una alternativa al sistema inoperante. En España miles de personas reclaman contra el Estado y repudian a los partidos que no consiguen detener el desempleo. El estruendoso fracaso electoral del PSOE ha sido la primera consecuencia política de la “indignación” que canaliza el M-15 ciudadano. En Grecia, sumida en la crisis financiera, las manifestaciones populares de trabajadores y estudiantes han conmocionado a Europa. En otras naciones, el descontento se expresa en plebiscitos que repudian al FMI. La situación de España, Italia y Grecia mantiene en vilo la economía europea cuyo desplome lo evitan las multimillonarias transfusiones de recursos del FMI y de la Unión Europea. La protesta social ha aparecido también en EE.UU., llegando al riñón del imperio. Más de diez mil profesores y estudiantes de Nueva York cercaron Wall Street, exigiendo que los bancos y los ricos paguen los costos de una crisis que ellos mismos desataron. Por otra parte, lo que ocurre en los países árabes con las movilizaciones ciudadanas puede cambiar el curso de la historia de esa región, si termina con los regímenes corruptos y las monarquías feudales protegidas hasta ahora por EE.UU.

Lo que sucede en Chile se inscribe en esa ola mundial que quiere sacudirse de la explotación y el abuso capitalista. El fenómeno es auspicioso y estimulante. Vigoriza un cuerpo social adormecido por la economía de mercado y pone en marcha nuevas iniciativas que miran hacia la construcción de una alternativa democrática, solidaria y participativa. La movilización social, sin embargo, necesita crear un eje orientador que le permita subsistir al desgaste que sufre esta forma de lucha, y renovar sus demandas y liderazgos. Neutralizar a la represión, que sigue siendo el instrumento privilegiado para contener la protesta social, es también un asunto de primera importancia. El rechazo a los partidos políticos que expresan sobre todo las manifestaciones contra HidroAysén, debe ser motivo de preocupación especial. El “apoliticismo” ha sido un arma tradicional de la derecha. Los partidos ciertamente se han ganado su desprestigio y deben respetar la autonomía de las organizaciones sociales. Y éstas (así como los movimientos que las agrupan) tienen que asumir que la política, como fuente de reflexión y acción colectivas, proporciona visiones globales y orientaciones que hacen posible el cambio social. Buscar entendimientos y plataformas comunes resulta urgente para fundir lo social y político. El objetivo es construir una alternativa al capitalismo salvaje. Para nosotros se llama socialismo. Socialismo del siglo XXI, democrático y participativo, bien distinto de las experiencias fracasadas del siglo pasado.



(Editorial de “Punto Final” edición Nº 734, 27 de mayo, 2011)
  www.puntofinal.cl 
Ilustración: pintura de Jorge Caballero Cristi

miércoles, 25 de mayo de 2011

Videos: Eduardo Galeano comenta sobre el #15M

Entrevista televisiva a Eduardo Galeano en un programa catalán con motivo de las protestas españolas denominadas #15M
"No vale la pena vivir para ganar, vale la pena vivir para seguir tu conciencia"








Fuente: www.rebelion.org

lunes, 23 de mayo de 2011

FAO: un tercio de los alimentos del mundo se pierden o se desperdician


Este es un informe encargado por la FAO (Food and Agriculture Organization, organismo de las Naciones Unidas) que se dio a conocer en estos días.



Reducir el desperdicio para alimentar al mundo

Cada año se desaprovechan mil millones de toneladas de alimentos

Foto: ©Jonathan Bloom
Cerca de un tercio de los alimentos producidos por el hombre se pierde o desperdicia
11 de mayo de 2011, Roma - Cerca de un tercio de los alimentos que se producen cada año en el mundo para el consumo humano -aproximadamente 1 300 millones de toneladas-, se pierden o desperdician, según advierte un estudio encargado a la FAO.

El informe Global food losses and food waste (Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo) fue encargado por la FAO al Instituto sueco de Alimentos y Biotecnología (SIK) para el congreso internacional Save Food! (¡Ahorra comida!, ndr) que se celebra en Düsseldorf (Alemania) del 16 al 17 de mayo de 2011 dentro de la feria comercial sobre industria internacional del envasado Interpack2011.

Entre otras conclusiones importantes se incluyen:
  • Los países industrializados y aquellos en desarrollo dilapidan más o menos la misma cantidad de alimentos: 670 y 630 millones de toneladas respectivamente.
  • Cada año, los consumidores en los países ricos desperdician la misma cantidad de alimentos (222 millones de toneladas) que la totalidad de la producción alimentaria neta de África subsahariana (230 millones de toneladas).
  • Las frutas y hortalizas, además de las raíces y tubérculos, son los alimentos con la tasa más alta de desaprovechamiento.
  • La cantidad de alimentos que se pierde o desperdicia cada año equivale a más de la mitad de la cosecha mundial de cereales (2 300 millones de toneladas en 2009/2010).
Pérdidas y desperdicio

El informe distingue entre perdidas de alimentos y desperdicio de los mismos. Las pérdidas -que pueden darse en la fase de producción, recolección, post-cosecha o procesado- son más elevadas en los países en desarrollo, debido a la precariedad de las infraestructuras, el bajo nivel tecnológico y la falta de inversiones en los sistemas de producción alimentaria.

El desperdicio de alimentos es un problema mayor en  los países industrializados, en la mayoría de los casos provocado tanto por los minoristas como por los consumidores, que arrojan alimentos perfectamente comestibles a la basura. El desperdicio per cápita entre los consumidores es de 95-115 kg anuales en Europa y Norteamérica, mientras que en África subsahariana y en Asia meridional y el Sudeste asiático se tiran solamente entre 6-11 kg por persona.

La producción total de alimentos per cápita para el consumo humano se sitúa en alrededor de 900 kg anuales en los países ricos, cerca del doble con respecto a los 460 kg producidos en las regiones más pobres. En los países en desarrollo el 40 por ciento de las pérdidas ocurre en las fases de post-cosecha y procesado, mientras que en los países industrializados más del 40 por ciento de las pérdidas se da a nivel de las ventas al por menor y del consumidor.

Las pérdidas de alimentos durante la recolección y el almacenaje se traducen en la pérdida de ingresos para los pequeños campesinos y en precios más elevados para los consumidores pobres, señala el informe. Reducir estas pérdidas podría significar por tanto "un impacto inmediato y significativo" en los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria.

Desaprovechar recursos
La pérdida y el desperdicio suponen también desaprovechar importantes recursos, incluyendo agua, tierras, energía, mano de obra y capital, junto a la producción innecesaria de gases de efecto invernadero, contribuyendo así al calentamiento global y al cambio climático.

El informe ofrece diversas sugerencias prácticas sobre cómo reducir pérdidas y desperdicio.

En los países en desarrollo, el problema es básicamente el uso de técnicas de recolección inadecuadas, una gestión y logística post-cosecha precarias y la ausencia de infraestructuras, procesado y empaquetado adecuados. A ello se añade la falta de información para la comercialización, que permitiría una mejor adaptación de la producción a la demanda.

Se aconseja por lo tanto fortalecer la cadena del suministro alimentario, apoyando a los pequeños campesinos para que enlacen directamente con los compradores. Los sectores público y privado deberían también invertir más en infraestructura, transporte, procesado y empaquetado.

En los países de ingresos medios y altos, las pérdidas y desperdicios proceden en su mayor parte del comportamiento del consumidor, pero también de la falta de comunicación entre los diferentes actores de la cadena de abastecimiento.

La apariencia adquiere demasiada importancia
A nivel de la venta al detalle también se desperdician grandes cantidades de alimentos debido a las normas de calidad que dan excesiva importancia a la apariencia. Las encuestas indican que los consumidores están dispuestos a comprar productos que no cumplan las exigencias de apariencia siempre que sean inocuos y tengan buen sabor. De esta forma, los consumidores tienen la facultad de influenciar en los estándares de calidad y deberían hacerlo, según el informe.

Otra sugerencia es vender los productos agrícolas a los consumidores de forma más directa, sin tener que cumplir las normas de calidad de los supermercados. Ellos se podría conseguir a través de la venta en mercados de los campesinos y en las granjas.

Debe encontrarse un uso apropiado para alimentos que de otra forma se desecharían. Las organizaciones comerciales y de beneficencia pueden trabajar con los minoristas para recoger o utilizar productos que destinados a la basura pero que todavía son adecuados en términos de inocuidad, sabor y valor nutritivo.

Cambiar la actitud del consumidor
A los consumidores en los países ricos se les anima con frecuencia a comprar más alimentos de los que necesitan. Las promociones del tipo "Compre tres y pague dos" son un ejemplo, y otro sería las comidas preparadas excesivamente copiosas producidas por la industria alimentaria. Con frecuencia los restaurantes ofrecen buffets que por un precio fijo alientan a los clientes a llenarse el plato de comida.

El informe explica que en líneas generales, los consumidores no consiguen planificar de forma adecuada sus compras de alimentos. Ello significa que a menudo se deshacen de alimentos cuando se pasa la fecha indicada para "consumir preferentemente antes de".

La educación en las escuelas y las iniciativas políticas son posibles puntos de partida para cambiar la actitud de los consumidores, según sugiere el estudio. Los consumidores de los países ricos deberían aprender que tirar los alimentos innecesariamente es algo inaceptable.

También habría que concienciarles de que a causa de la disponibilidad limitada de recursos naturales, resulta más eficaz reducir las pérdidas de alimentos que incrementar la producción para alimentar a la creciente población mundial.

En un informe aparte dedicado al envasado de alimentos en los países en desarrollo y que se elaboró igualmente para el congreso Save Food! se apunta que el envasado adecuado es un factor clave que influye en las pérdidas ocurridas en casi todos los niveles de la cadena alimentaria.