Los números a veces acumulan y calientan. Y eso de las “frías  estadísticas” es a menudo puro cuento. Ante ocho infantes muertos en dos  semanas en Salta en las familias de pueblos originarios, se han  disparado las interpretaciones, las explicaciones y las excusas.
Mencionemos  únicamente al pasar la política de culpar a la víctima, provecta  estrategia del poder, con la cual el gobernador salteño hizo su  incursión “antropológica” denominándolos “desnutridos culturales”. La  bajeza de esta calificación se mide únicamente por lo que esconde: qué  condiciones de vida, sobrevida y muerte tienen los arrinconados pueblos  originarios.
Pero si escuchar la voz del amo es penoso en esta cuestión, no quedamos mucho mejor librados con algunas voces “críticas”.
En  particular con voces provenientes de la corriente mediática K que tiene  que hacer enormes esfuerzos y cabriolas intelectuales para seguir  denunciando los verdaderos motivos de estas muertes sin dejar de  defender al gobierno.
En el programa oficialista de la radio  oficial de la mañana (Norberto Corominas, Horacio Del Prado, Fernando  Clavero entre otros, 15/2/2011) comentan la atroz situación de las  poblaciones originarias en Salta y describen, correctamente, los  mecanismos de desterritorialización que sufren, desde hace mucho, los  habitantes originarios. Explican, y sus voces se superponen indignadas,  agregando razones y causales, que las compañías petrolíferas, que los  sojeros, que elementos del mundo judicial con escrituras las más de las  veces truchas, se “adueñan” −con el “debido” respaldo policial, habría  que agregar−, de tierras, vertientes, lagunas, caminos, bloqueando e  impidiendo que los habitantes originarios puedan acceder a sus  tradicionales medios de vida: recolección, pesca, cría, caza.
Estos  periodistas, con alta conciencia crítica, la emprenden así con el  capital operando y saqueando. Con la actividad normal del capital(ismo),  bah. Libérrimo, sin frenos ni cortapisas.
Pero estos mismos  periodistas, en un operativo ideológico que los califica como auténticos  periodistas K (por si hacía falta otro dato que el hecho de revistar en  los planteles de la radio pública, porque en este país lo público se  confunde, deliberadamente, con lo gubernamental) nos han contado que las  grandes empresas transnacionales seguirán ganando a manos llenas pero  ya no mandan en el país. Y nos han puesto el ejemplo de un multón contra  una petrolera de primer nivel. Y todo esto en el mismo programa en que  abordaran la tragedia de los niños que han muerto legalmente por  desnutrición.
¿Por qué, si las empresas ya no pueden hacer lo que  quieren bajo el gobierno K hacen lo que hacen en Salta, deforestadoras,  petroleras y/o sojeras?
Porque la denuncia de estos periodistas,  tan furibundos anticapitalistas, se formulan con un presupuesto: los  empresarios hacen lo que quieren porque no existe estado. Porque no hay  gobierno. Porque no hay, en suma política. Solo la gestión… empresaria,  el sueño de Macri. O, a lo sumo, alguna presencia de lo público  corrompido hasta los tuétanos como en el ejemplo de la presencia  (bastante habitual) de escrituras truchas. 
Esto último es, por  cierto, totalmente creíble. Pero la llamativa ausencia sigue en pie:  ¿son jueces o fiscales cómplices lo único público que existe en Salta,  amén de un gobernador que ensaya explicaciones “antro”? Si eso es así,  eso es lo que tiene que denunciar el periodismo. Se podrá discutir si el  gobierno nacional puede incursionar en el ámbito provincial,  intervención mediante. O abdicar de hacerlo. Pero de lo que no puede  abdicar el periodismo es de buscar las causas y los responsables de un  hecho, sobre todo cuando se trata de lo que algunos consideramos, un  asesinato, que así cumplido, en forma genérica, se incluye en lo que se  llama un etnocidio. Porque criticando sólo a las empresas nos salteamos  lindamente la instancia reguladora, societaria, política. Y la crítica  al no crecer desde lo concreto (con-creto es crecido-con) deviene  precisamente en su opuesto: abstracta. Inasible. Inservible.
Es  curioso. Los etnocidios, generalmente acompañados de genocidio en menor o  mayor escala, se realizan a menudo alegando causas políticas,  religiosas, históricas. El caso más patente que tenemos en nuestro  conflictuado presente es la política israelí sobre el pueblo palestino. 
Pero  en Argentina, una situación que implica el arrasamiento de formaciones  socio-étnicas ajenas a la argentinidad, se cumplen como al descuido.  Como sin darse cuenta. Bajo el puro impulso económico. O de la  rentabilidad. Sin actores políticos (o casi). Los que deberían estar  presentes, siquiera a causa de su presencia formal; los políticos, son  cómplices que ensayan respuestas que le quiten toda responsabilidad a  pasos económicos concretos; tomas de tierras, cierres de caminos,  prohibición de caza, desmonte descontrolado de tierras “baldías” o  “públicas” o sin títulos debidamente acreditados por las notarías del  estado argentino, lo cual significa el achique permanente de las formas  de vida económica vinculada al monte y a la naturaleza, más o menos  tradicionales, más o menos artesanales. En una palabra, estamos ante  distraídos que condenan moralmente al capital pero sin que semejante  condena moral, afecte materialmente. Ni a los empresarios que van  reconfigurando el país, bajo el motto de la modernización, para  mejor hacer negocios, ni tampoco a los políticos que aceptan  ideológicamente la modernización y consiguen así también su  participación en los rindes. 
Esta postración política está tan  extendida que abarca incluso a los estamentos más altos del poder  judicial, que se suponen más alejados de la corrupción o la connivencia:  ante una seguidilla pesadillesca de muertes similares, de adultos  originarios en 2008, la jueza de la SCJ, Carmen Argibay, no tuvo mejor  medida que disponer se proveyera de bolsas de comida a la población  afectada con tales muertes. Seres humanos a los que la industrializaciòn  del agro, el desmonte, la contrarreforma agraria galopante que vive el  país, la sojizaciòn, la modernizaciòn, en suma, les había arrebatado sus  medios de vida. En ningún momento hubo siquiera un intento de reconocer  el derecho de esos argentinos al hábitat. Un derecho humano. Ni siquiera se mencionó. La caridad entonces sí, la justicia ni en sueños.
Debe  haber muchos más “actores sociales” alrededor de estas atroces, y  repetidas, muertes. Pero el panorama político no se ilumina demasiado.  Desde el costado profesional médico, por ejemplo, algunos profesionales  de la salud (Alicia Torres y Tomás Torres Aliaga, p. ej.) presentan sus  currículos y acusan al gobernador de falta de atenciòn hospitalaria como  gotitas de vitaminas, con las cuales compensar algunas deficiencias y  evitar la desnutriciòn galopante. Pero su crítica no excede su ámbito  profesional, cuando lo que necesitamos en esta cuestión es precisamente  aprender a ver por encima de nuestras quintitas profesionales o  estamentales. Porque los Grobocopatel cuidan sus quintitas y los  intendentes las suyas, y los médicos por el estilo… pero hay un quintita  que es la destrozada. Ya sabe el lector −espero− cuál.
La misma  etnia que sufre estas muertes fue atacada con motivo de un bloqueo de  ruta a fines de 2010, en Formosa, con una represión que significó un  nativo y un policía muertos y dos nativos gravemente heridos.  Enfrentaban el desmonte de tierras que reclaman suyas.
Una  pesadilla sin fin. Miembros de la comunidad qom, en Río Bermejito, tomó  el 14 de febrero la comisaría. ¿Qué había pasado? Los qom cortan el  puente La Sirena del mencionado río en protesta contra… ¿contra qué?: la  tala de árboles. La policía, esta vez chaqueña, reprimió el corte  hiriendo a un hombre qom. Esto fue lo que provocó la toma de la  comisaría.
Las empresas no se dan por enteradas. Es su lógica. Los  gobiernos tampoco. Pero postulan otra lógica. Pienso que al menos los  periodistas debieran atender esto. Pero no lo parece, al menos entre los  de los circuitos mediáticos principales. Ya Marx había reparado hace  siglo y medio que “cada progreso económico es al mismo tiempo una calamidad social”;  hoy la modernización galopante nos está llevando al borde de un  precipicio planetario, pero no se discute; al contrario, ¡seguimos  festejando los aumentos de PBI!
Luis E. Sabini Fernández es  Miembro de la Cátedra Libre de Derechos Humanos, Facultad de Filosofía y  Letras, Universidad de Buenos Aires, periodista, editor de futuros del  planeta, la sociedad y cada uno, www.revistafuturos.com.ar